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Escribía así Don Miguel de Unamuno: “El triste dejo del triunfo es el desencanto. No, no era aquello. Lo que hiciste o dijiste no merecía los aplausos con que te lo premiaron. Y llegas a casa y te encuentras en ella sólo, y entonces, vestido como estás, te echas sobre la cama y dejas volar tu imaginación por el vacío. En nada te fijas, en nada concretas tu imaginación; te invade un gran desaliento. No, no era aquello. No quisiste hacer lo hecho, no quisiste decir lo dicho; te aplaudieron lo que no era tuyo. Y llega tu mujer, rebosante de cariño, y al verte así, tendido, te pregunta qué tienes, qué te pasa, por qué te preocupas, y la despides, acaso desabridamente, con un áspero y seco: ¡déjame en paz! Y quedas en guerra. Y en tanto creen los que te censuran que estás embriagado con el triunfo, cuando en verdad estás triste, muy triste, abatido, enteramente abatido. Te has cobrado asco a ti mismo; no puedes volver atrás, no puedes retroceder en el tiempo y decir a los que iban a escucharte: Todo esto es mentira; yo ni aun sé lo que voy a decir; aquí venimos a engañarnos; voy a ponerme en espectáculo; vámonos, pues, cada uno a su casa, a ver si se nos mejora la ventura y adobamos nuestro juicio.
El lector echará de ver, de seguro, que escribo estas líneas bajo un apretón de desaliento. Y así es. Es ya de noche, he hablado esta tarde en público y aun se me revuelven en el oído tristemente los aplausos. Y oigo también los reproches, y me digo: ¡tiene razón! Tiene razón: fue un número de feria; tiene razón: me estoy convirtiendo en un cómico, en un histrión, en un profesional de la palabra.Y ya hasta mi sinceridad, esta sinceridad de que he alardeado tanto, se me va convirtiendo en tópico de rétorica. ¿No sería mejor que me recogiese en casa una temporada y callase y esperara? Pero, ¿es esto hacedero?, ¿podré resistir mañana?, ¿no es acaso una cobardía desertar?, ¿no hago algún bien a alguien con mi palabra, aunque ella me desaliente y apesadumbre? Esta voz que me dice: ¡calla histrión!, ¿es voz de un ángel de Dios o es voz del demonio tentador? ¡Oh Dios mío!, Tú sabes que te ofrezco los aplausos lo mismo que las censuras; Tú sabes que no sé por dónde ni a dónde me llevas; Tú sabes que, si hay quienes me juzgan mal, me juzgo yo peor que ellos; Tú, Señor, sabes la verdad; Tú solo; mejórame la ventura y adóbame el juicio, a ver si enderezco mis pasos por mejor camino del que llevo”. [Vida de Don Quijote y Sancho, página 181]
Un digno homenaje a todos aquellos que, contra su voluntad, tenemos que hacer de tripas corazón, a todos los que en las congregaciones nos obligan a representar un papel que no es el nuestro. A todos los que trabajamos en la clandestinidad de las catacumbas, a todos los apóstatas perseguidos por los sabuesos de la Organización. A todos aquellas personas que estamos abriendo los ojos del entendimiento sigilosamente entre los hermanos en las congregaciones. A los que participamos aportando la documentación necesaria para declarar las verdades del barquero. Estamos siguiendo el ejemplo del Maestro, que renunció a todo, sufrió por todos y se dio a sí mismo para poder salvar a la humanidad. Nosotros también nos sacrificamos en la vida para poder ayudar a otros esparciendo las semillas de la verdad en las congregaciones..., ¡aunque sea a hurtadillas!